martes, 20 de marzo de 2018

Cinco panes de cebada (Lucía Baquedano Azcona)

Editorial  SM (Gran Angular). Publicado por primera vez en 1981. 176 páginas.  A partir de los 16 años de edad. 


Un libro de gran éxito y que tuvo muy buena acogida sobre todo entre los maestros ya que la trama gira en torno a una maestra, Muriel, que con veintiún años llega a un pequeño pueblo del Pirineo navarro llamado Beirechea. 

Muriel ha nacido y crecido en Pamplona y cuando llega a Beirechea muy pronto nota que la distancia física del lugar es mucho menor que la gran separación que siente respecto a la realidad sociocultural con la que se encuentra.

El tiempo pasa y todos los inconvenientes iniciales: el frío en el aula, los ratones con los que hay que lidiar por las noches, el desinterés de los padres por la escuela, las preferencias de los chicos a ir a clase, etc. se tornan en éxitos personales, sociales y educativos que muy pronto le agradecen.

Los padres acaban por recibir bien los consejos y las orientaciones escolares de la joven profesora y con los alumnos, poco a poco.

La perseverancia, la esperanza, la fe y el trabajo constante haces que su paso por el pueblo los marque a todos de forma positiva hasta el punto que Muriel se establece en el pueblo de forma indefinida.

Una muestra de ficción de las mujeres maestras en la época republicana que se tenían que desplazar a aldeas lejanas de todo el estado español con el propósito de mejorar su posición a través de la educación y la pedagogía.


Lucía Badequano Azcona es una escritora nacida en Navarra y que ha escrito varios libros para niños y jóvenes. Se declaró como una voraz lectora y con Fantasma de díaLa muñeca que tenía 24 pecas ganó el Premio Barco de Vapor. Y otros como: Los bonsais gigantes, De la tierra a Haley y para lectores de mayor edad: Y de repente echándola de menos.

Lucía se define a ella misma: 
Fui una niña de manos impresentables. Siempre tenía los dedos manchados de tinta, porque me gustaba escribir, todavía no se había inventado el bolígrafo y además me encantan las plumas. Admiraba a los escritores, a aquellos seres que con sus historias eran capaces de hacernos soñar, reír y llorar. Esa admiración me hacía verlos tan superiores que, a pesar de mi afición a la literatura no pensaba entonces en la posibilidad de ser escritora, en que mis historias también podrían hacer soñar, reír y llorar a otros lectores…

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